Este año el Raval Rebelde tiene rostro de gato, entre el gato salvaje de las huelgas autónomas y la Pantera Rosa. Un gato punk y feminista que también podría tener cara de ratón, de hormiga, de gorrión, de escarabajo o de palomo… de todos los “bichos” de esta ciudad que no quieren morir ni se dejan matar. Por eso el Raval Rebelde también podría tener rostro de vecina, de vecino, de migrante, de estudiante, de puta. De viejo, de vieja, de pobre, de todas las personas anónimas que todavía hacen de esta ciudad una ciudad y de este barrio un barrio. Este año, como cada año desde hace cinco años, el Raval Rebelde tiene rostro de Juan Andrés y trae su nombre, convertido ahora, gracias a la complicidad, el trabajo, la sabiduría y el amor de los vecinos, en una ágora, en un jardín, en un espacio liberado lleno de vida, que tampoco quiere morir.
Hace tiempo que Barcelona es un campo de batalla. Decían que la lucha de clases se había acabado y que ya éramos todos de clase media. Era la ficción de una Barcelona pequeño-burguesa al alcance de todo el mundo. Ahora el que nos encontramos es que la lucha de clases no sólo se ha radicalizado, sino que se ha animalizado y se enfrenta hoy a todo tipo de “bichos” (“inmuebles con bicho”, dicen los especuladores) a buitres que esconden el rostro detrás de empresas, de siglas, de fondos de inversión… Podríamos argumentar que los buitres también son animales y que según la ley de la selva, al final, la victoria es de los más fuertes y este es el único derecho que vale. Pero este argumento, que algunos defensores del capitalismo hacen suyo, es falso por dos razones: una, porque en la selva no es verdad que ganen los más fuertes, sino que conviven todo tipo de seres vivos, desde los más pequeños hasta los más gordos, desde los que pasan desapercibidos hasta los que marcan el territorio con su presencia y sus rugidos. La segunda razón de porqué la ley de la selva en este caso es equivocada es que el capitalismo no es una selva. Es un sistema altamente regulado, legislado y consensuado por un conjunto de poderes políticos y económicos que trabajan para su propio beneficio. Se asemeja más a la Granja de Orwell que a la selva donde vivían Mowgli o Tarzan.
Si habéis visto alguna vez comer a un buitre, habréis visto que picotean, buscando los trozos de carne bastante podrida como para poderla arrancar y digerir. Demasiada vida les hace daño, les hace daño en la barriga. Y esto es lo que tenemos que perseguir: ser carne viva que les da dolor de estómago. Que no la puedan arrancar y que si lo hacen se les indigeste. A los ellos, los fondos buitres, y a todos sus amigos: promotores e inversores, legisladores que criminalizan la disidencia y la resistencia, reguladores que normativizan el espacio público con criterios mercantiles, políticos que los protegen, publicistas que los maquillan, festivales culturales que los enmascaran, etc.
Todos ellos son actores de una gran operación extractiva de muchas dimensiones que está convirtiendo Barcelona (y especialmente su centro) en una ciudad o para ricos y o para pobres, para muy ricos y para muy pobres… Es una operación extractiva que convierte la ciudad en la plataforma de una economía flotante y de unas poblaciones también flotantes que subsisten en la ciudad por su capacidad de consumo y por su disponibilidad a la explotación. El resto es residuo. Estamos hablando de formas de vida, personas, oficios, lenguas, sueños, expectativas, vínculos, historias, familias… que son convertidos en residuos que tienen que ser o bien expulsados o bien destruidos.
Los buitres necesitan dejar pudrir la carne y romper los huesos para poderse alimentar. Esto, en el caso de las ciudades, de los barrios y de su gente quiere decir estigmatizar, ensuciar, destejer, dividir, enfrentar… Es la manera de romper y dejar pudrir el tejido social y político, afectivo, cultural y humano que hace que de una ciudad se pueda decir ciudad. Por lo tanto, es la manera de hacer no-ciudad en medio de la ciudad. Lo mismo pasa en otros tipos de territorios: cuando en México, por ejemplo, una minera o una industria agroalimentaria se quiere apoderar de un territorio, antes de sembrar soja o abrir minas, siembra el caos. Introduce al Narco, con él llegan flujos de dinero incontrolado, nuevos crímenes, feminicidios… y finalmente, el ejército antes de que el territorio pueda ser plenamente recuperado por el capital. De alguna manera, pasa lo mismo en una ciudad como Barcelona. Sembrar el caos, el miedo y la desconfianza es la mejor manera de recoger beneficios a medio plazo por parte de determinados poderes económicos y políticos. La estigmatización del Raval forma parte de esta estrategia. Para destruirlo y depredarlo todo vale: la pederastia, la prostitución, la droga, la suciedad, los conflictos culturales… todos estos estigmas son del Raval. Pero los Museos, las bibliotecas, los teatros, las escuelas e institutos, los artesanos, los centros culturales, los restaurantes y las tiendas de diseño que también hay en este barrio son de Barcelona. El corte que separa el Raval de la ciudad lo atraviesa por dentro y aísla el mal a extirpar. Y es el corte que hoy siento también aquí, donde echo de menos mucha gente con quien hago vida en este barrio y que no lo hace suyo, ni al barrio ni a sus heridas.
Hace apenas unas semanas salía de la Escola Massana, acompañada de unos amigos, después de dar una charla. Habíamos estado hablando del sentimiento de desproporción que nos cae encima en cada acción, en cada lucha, desde cada acto de resistencia. La sensación es que hagamos lo que hagamos nunca hay bastante, porque el poder siempre es más fuerte, desproporcionadamente más fuerte. Todavía resonaban estas palabras en nuestra conversación cuando encontramos, en la esquina de la calle Hospital con la Rambla del Raval, unos cinco o seis vecinos del barrio que estaban colgando una pancarta y convocando acciones de defensa del barrio: una señora grande preciosa, que si no recuerdo mal se llama Júlia, una chica francesa, un hombre con quien no llegué a hablar… Plantados allá, eran el barrio contra el mundo. La vida contra la depredación. Los “bichos” contra los buitres… La fragilidad de su presencia me encogió el corazón, pero la franqueza de su mirada y de sus risas me devolvió el coraje.
Qué desproporción, no? Y cuánta rabia. Sabéis cuántos vecinos quedan en La Rambla, de arriba abajo? Cincuenta. Los han contado uno por uno los amigos del equipo Km0 con Arquitectes Sense Fronteres y SOS Rambles en un censo reciente que han hecho con voluntarios. Cincuenta. Pronto recordaremos y lloraremos el atentado mortal del 17 de agosto a la Rambla. Pero ya hace tiempo que la Rambla muere. La queremos bonita pero muerta? Como la Barcelona de las fachadas guapas que han escondido la precariedad y la soledad durante tantos años?
En otros tiempos y con otros lenguajes diríamos que la correlación de fuerzas, en la lucha por la ciudad, nos es desfavorable. Y creo que es así, no nos engañamos. Pero la fuerza no es un recurso finito y agotable. La fuerza colectiva no es un pozo de petróleo sino un jardín como este en el que estamos ahora mismo. La fuerza se puede hacer crecer si la cultivamos y la compartimos. Para hacerlo son claves tres cosas: 1) Distribuir conocimiento 2) Compartir recursos y 3)Tramar afectos y alianzas. A pesar de los efectos de la depredación, los barrios de Barcelona, su gente y sus colectivos tienen una riqueza de conocimientos, de recursos, de afectos y de alianzas muy grande, entre ellos y también con otras ciudades, pueblos y territorios. Junto con la rabia, pues, quiero compartir la admiración y la emoción que siento ante tantos saberes, luchas y capacidades que no dejan de generarse entre nosotros y entre tanta gente de quien ahora mismo, desde aquí, no sabemos nada. Poderlos compartir es la extraña fuerza, incontrolable e irrepresentable de los “bichos”. Podemos vivir en las rendijas, pero tenemos que hacer telarañas. Telarañas de conocimiento, telarañas de recursos y telarañas de complicidades. Las virtudes de las telarañas, aparte de que son bonitas, son dos: que todo vibra y que pueden romperse por un punto y rehacerse por muchos otros.
La clave para hacer telarañas y que sean efectivas es entender que vivimos situaciones particulares pero que sufrimos problemas comunes. No es lo mismo ser viejo que joven, migrante que autóctono, hombre que mujer, estar sanos que estar enfermos, ser sociables o ser tímidos, tener estudios o no tener, ser precarios o no serlo tanto, ser gays, lesbianas o transexuales, tener la piel más clara o más oscura… pero una cosa está clara: la diversidad de situaciones, de violencias y de agresiones no nos puede cerrar en un catálogo clasificado y separado de reivindicaciones. La vida digna es un problema común y cualquier forma de ataque a la dignidad de las personas y de los seres con los que convivimos es una agresión que nos afecta y nos compromete. Nadie se salvará solo. Y por eso mismo tampoco nadie tiene que partir, ni morir, ni huir en soledad.
Cuando hice el pregón de las festes de la Mercè del año pasado, me preguntaba porqué seguía volviendo a Barcelona, a pesar de que hacía quince años que trabajaba fuera, en Zaragoza, y hablaba de la ciudad rebelde y de los aprendizajes que han dado forma a mi vida. Unos meses después, cuando presentamos mi libro Ciutat Princesa, donde recojo todos estos aprendizajes, acabamos la presentación aquí, en esta ágora, bailando la canción de Battiato “Cerco un centro di gravità permanente”. Para mí, volver a la calle Aurora es volver a la escena del crimen, del crimen que es querer vivir y querer hacerlo juntas. Aquí nació Dinero Gratis, aquí se planeó la okupación de los Espacios Liberados contra la Guerra, aquí compartíamos espacio, tiempo y gastos con el editorial Virus y con el diario Masala, aquí escribimos un libro que se llamaba “Por una política nocturna” y el informe contra el Forum “Bcn: el fascismo posmoderno”. En esta calle nació también Espai en Blanc y por aquí pasaba mucha gente de la ciudad, cada jueves al atardecer, cuando buscaba cómplices para cualquier lucha o para combatir la soledad. Cuando nosotros ya no estábamos, cuando nuestro centro de gravedad se cerró, se abrió otro, a cielo abierto y mucho más bonito: esta ágora, que convirtió la muerte violenta de Juan Andrés Benítez en vida dolorosa y dulce de sus vecinos.
Decíamos, en aquel tiempo, que la calle Aurora era la ”aurora de todos los ocasos”. Con el tiempo he entendido que la ironía nihilista de esta frase contenía un cielo azul, que no es el cielo de los ángeles, ni de los príncipes, ni de la salvación, sino el azul del cielo de la madrugada y del atardecer, de la aurora y del “ocaso”, que si os habéis fijado es el mismo. Este es el azul de quienes luchan cada día, como dice el ”himno de la ágora”, de quienes se levantan sabiendo que tienen que luchar y se van a dormir sabiendo que el día siguiente tendrán que continuar. Por eso aquí estamos, con cara de gato salvaje y de pantera rosa, de escarabajos y de ratones, de hormigas y de gorriones. Para indigestar a los buitres con nuestra carne demasiado viva este atardecer y volver a hacerlo mañana si hace falta. Así lo haremos en este jardín, en esta ágora, y en todos los espacios liberados que los “bichos” podemos hacer crecer en cada grieta de esta ciudad.
VIVA EL RAVAL REBELDE!!
(Traducción al castellano de Ade Boyle, revisada por Marina)