16 de octubre de 1968, hoy hace 50 años. Ciudad de México vive sus Juegos Olímpicos. Hace quince días ejército y paramilitares han masacrado a centenares de estudiantes, huelguistas, amas de casa y niños en la Tlatelolco. Batallón Olimpia se denominaba el grupo paramilitar que ametralló codo con codo con el Ejército. Puro espíritu olímpico, vamos. El 16 de octubre toca ceremonia de medallas de los 200 metros lisos. En el podio están Tommie Smith y John Carlos, afroamericanos, orgullo del poder negro. Hace apenas seis meses han asesinado a Martin Luther King, pero ahí están los Juegos Olímpicos de la Paz y las sonrisas del COI al lado del asesino Gustavo Díaz Ordaz.
Cuando suena el himno de los Estados Unidos todas las miradas se centran en Tommie Smith y John Carlos, cabeza baja y puños enguantados en alto. Y nadie repara en el atleta blanco que tienen a su lado, un australiano que pese a su metro ochenta parece pequeño. El joven australiano del podio es Peter Norman y acaba de correr unos 200 metros lisos estratosféricos, tanto que ningún australiano ha superado su marca aún a primera hora de esta mañana. Sólo ha podido ganarle Tommie Smith, que ha necesitado batir un record del mundo que permanecería intacto más de una década.
Peter Norman había nacido en un suburbio de Melbourne, echando horas como aprendiz de carnicero y esprintando por una pista. Los padres eran devotos del Ejército de Salvación y no veían con buenos ojos eso de correr en sábado. El chaval sigue corriendo y con 26 años llega a México 68, gana su serie de cuartos y queda segundo en semifinales estableciendo su mejor marca en 20″06, la que repite en la final para colgarse la medalla de plata.
Norman luce una pegatina de Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos, la misma que exhiben Smith y Carlos, una organización creada por el sociólogo Harry Edwards, profesor en Berkeley, contra la segregación racial en Estados Unidos, el apartheid en Sudáfrica y Rhodesia, y el racismo en el mundo del deporte.
Antes de salir a escena para el número de las banderas y los himnos, Smith y Carlos le explican someramente a Norman el acto de protesta, dignidad y reivindicación que piensan llevar a cabo. Peter Norman cree en la igualdad de derechos y sabe muy bien de qué va eso del racismo por el trato que reciben los aborígenes en su país. Y pide su pegatina de Proyecto Olímpico como muestra de solidaridad y fraternidad. Paul Hoffman, del equipo olímpico de remo, le da la suya.
Cuando suben las banderas y suena el The Star-Spangled Banner the land of the free and the home of the brave la la lará y Smith y Carlos bajan cabeza y levantan puños, el estadio se queda a rayas y el presidente del COI, el estadounidense Avery Brundage entra en combustión interna. Brundage ordena la suspensión inmediata y la expulsión de la Villa Olímpica de Smith y Carlos por atentar al espíritu olímpico, saludo inapropiado y mezclar política con deporte. Es el mismo Avery Brundage que siendo presidente del Comité Olímpico USA en 1936 no vio nada raro en Berlín 36.
A Tommie Smith y John Carlos les esperan años difíciles en Estados Unidos, desposeídos de sus medallas, amenazados de muerte, con serias dificultades para encontrar trabajo, con represalias a familiares directos que son expulsados de colegios y equipos deportivos. Smith, poseedor de 11 marcas mundiales, trabaja de limpia coches y la esposa de Carlos no pudo soportar la presión y se acabó suicidando.
Aunque nadie del COI les pidió nunca perdón por destrozar sus vidas, a partir de los 80 llegó su progresiva rehabilitación, reconociendo su papel como deportistas y como luchadores por los derechos civiles, culminando con una mega estatua en su honor en la Universidad Estatal de San José.
Podría esperarse mejor suerte para Peter Norman a su vuelta a Australia, pero no. La marginación es absoluta y crece cada vez que le ofrecen la posibilidad de retractarse y repite una y otra vez que volvería a hacerlo, que su mayor orgullo olímpico era haber estado en ese podio y que sus valores religiosos le hacen creyente en un mundo de hermanos, empezando por los aborígenes, a los que por cierto no se incluía en el censo nacional.
Pese a seguir entrenando duro y conseguir sobradamente las marcas para correr los 100 y 200 metros lisos en Munich 72, Peter Norman no fue convocado por el Comité Olímpico australiano. También le costaba encontrar trabajo, desempeñándose nuevamente como carnicero y jugando al fútbol en el West Brunswick. No dejó de correr. Normal, viendo ciertas cosas dan ganas de salir corriendo. Hasta que una gravísima lesión le obligó a parar, cayendo en una profunda depresión ahogada en alcohol.
En Sydney 2000 una atleta aborigen, Cathy Freeman, es la última portadora de la antorcha y la encargada de encender el pebetero. Freeman fue la primera atleta olímpica aborigen de la historia en Barcelona 92 y ganó el oro en los 400 metros lisos en Sydney. Las autoridades locales sacaban pecho. Las mismas autoridades que habían vuelto a marginar a Norman, único deportista olímpico australiano vivo no invitado a los fastos de Sydney 2000.
Peter Norman murió en el olvido de un ataque al corazón el 3 de octubre de 2006, a los 64 años de edad. O quizás no estaba tan olvidado. El día de su entierro, en Melbourne, Tommie Smith y John Carlos llevan su féretro a hombros, otra vez reunidos en un emotivo podio a la dignidad.
Hasta agosto del 2012 el gobierno australiano no pidió públicamente disculpas por el trato dispensado a Peter Norman en un acto oficial en el Parlamento. Una anciana de 91 años escuchaba con orgullo palabras de elogio sobre la conducta ejemplar de su hijo, aquel blanco que salía en la foto de los negros de México 68, aquellos tres hombres que ennoblecieron con un gesto tanto olimpismo de hojalata.