La vida y la obra de Juan Goytisolo se enfrentaron a una búsqueda de la identidad que traspasó los límites de la realidad conocida y aceptada por la cultura occidental y le llevó a reivindicar el espacio árabe como oasis de rebelión.
Juan Goytisolo nació en Barcelona en 1931, niño de la guerra, padeció el trauma de la pérdida de la madre, víctima de los criminales bombardeos aéreos de marzo de 1938, ejecutados por la Aviazione Legionaria.
Goytisolo, acompañado de su familia árabe, murió el pasado 4 de junio en Marraquech, muy cerca de la plaza Xemaá-el-Fná, patrimonio de la cultura oral de la humanidad, reino de tolerancia donde «la obscenidad y la plegaria conviven armoniosamente».
Rebelde contra su destino burgués, Goytisolo inició un lento y difícil camino de renuncia de la familia, clase social, comunidad y tierra, que, paulatinamente, lo fue acercando hacia la fusión con el otro, con el invasor musulmán, el enemigo ancestral de la cultura española oficial y con certificado de pureza de sangre.
En la década de los 50, durante su etapa creativa marcada por la estética del realismo social, descubrió el paisaje de Almería – desierto, tracoma, analfabetismo, explotación feudal –, impacto que plasmó en el documento testimonial Campos de Níjar (1959). Más tarde, la fascinación se intensificó al visitar el Norte de África.
En 1956, Goytisolo se autoexilia en París, en el país que era percibido como patria de la democracia, símbolo de lo que se admiraba y respetaba desde España. La guerra de Argelia mostró a Goytisolo la falacia del mito, que combatió desde el compromiso intelectual y las actividades clandestinas de apoyo económico al FLN.
En la década de los 60, Goytisolo conoce la Historia de los heterodoxos españoles, de Marcelino Menéndez Pelayo, una obra que le creó un sentido de pertenencia a una tendencia silenciada de escritores inadaptados y desarraigados que reniegan de la cultura, la religión oficial o el país. Fruto de este hallazgo es el ensayo que escribió sobre la Obra inglesa de José María Blanco White (1974), intelectual contemporáneo de Larra que, ante la incomprensión de la realidad española, optó por la asunción de una nueva identidad, alejada del contacto habitual con la lengua materna.
En 1966 publicó en México Señas de identidad, novela compleja y experimental con la que se desmarcó definitivamente de cualquier canon y profundizó en la herejía:
«Aléjate de tu grey tu desvío te honra
cuanto te separa de ellos cultívalo
lo que les molesta en ti glorifícalo
negación estricta absoluta de su orden esto eres.»
Señas de identidad fue censurada y se publicó en España diez años después en una versión que eliminaba los párrafos en los que se elogiaba a la revolución cubana. Pero Goytisolo ya había comprobado años atrás que el marxismo-leninismo era una ideología propia de la dominación occidental.
En 1970, y también en México, apareció La reivindicación del conde don Julián, novela capital de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX. Goytisolo crea, desde un plano simbólico, un alter ego cargado de odio y violencia contra la construcción política y cultural de España; y contra una lengua castellana obsoleta e incapaz de devolver el poder a las palabras. Así irrumpió el Goytisolo más iconoclasta y subversivo, alentado por el deseo de una renovación y una ruptura radical:
«En el vasto y sobrecargado almacén de antigüedades de nuestra lengua solo podemos crear destruyendo».
En la historiografía mítica del españolismo Don Julián es el traidor por excelencia, es el noble al que se confió la misión de centinela de la frontera marítima de Gibraltar. Don Julián incumplió sus obligaciones, pactó con el invasor musulmán y facilitó la conquista. Goytisolo, como Julián, trazó en esta novela su vocación frente a los suyos: maldito entre los malditos viviendo en un purificador destierro.
Viajero solitario, enemigo implacable del turismo – la peor de las invasiones, plaga devastadora denunciada en toda su producción –, en 1997 se instaló definitivamente en Marraquech y procuró distanciarse de toda traza de mentalidad capitalista: «Es revelador poder hablar en árabe con gente que no ha sido deformada por la cultura occidental. Mi experiencia con los habitantes de Marruecos, seguramente aplicable a la totalidad de los países árabes, me indica que cuanto mayor es el influjo de la cultura europea en ellos, cuantos mayores son los tics de civilización, menos interesantes son. Aquellos que han sufrido el choque de lo falsamente cultural han quedado amputados, han perdido interés».
Pero su compromiso con la realidad no cesó. En el 2001 fue el único escritor que acompañó a los inmigrantes que protagonizaban encierros en iglesias de Barcelona exigiendo una igualdad que les continúa siendo negada. Y como buen meteco decía:
«Cuando estoy en el Raval me siento en mi barrio. Creo en la virtud de la mezcla dinámica, fructuosa, de culturas y etnias».
La creación madura de Juan Goytisolo está construida desde la crítica corrosiva y la transgresión, unidas a la experimentación e hibridación de la lengua. Una lectura actual, imprescindible.
Pascual Aguilar