Franco en nosotros
Ahora que el mito de la modélica transición ha saltado por los aires y se ha ido a hacer puñetas, es el momento de revisar críticamente aquellos “años dorados” del último antifranquismo y primer postfranquismo, entre el 74 y el 78 para entendernos, en el que muchos de nosotros pasamos nuestra juventud-divino-tesoro.
Como es natural, tendemos a recordar con tierna nostalgia aquella época de despelote físico e intelectual. Unos tiempos en los que los días, los meses y los años valían por tres o cuatro. Una época vivida con intensidad. Un encuentro de café podía cambiar tu vida –o por lo menos te lo parecía.
La juventud quizá consista en eso, pero cada época tiene sus circunstancias y las de entonces propiciaban unas esperanzas y ansias colectivas irrepetibles, hoy inimaginables.
Para socializarse bastaba con ir a las Ramblas. La densidad de amigos y conocidos era extraordinaria en aquel espacio. Y si no, a base de improvisados “¿estudias o trabajas?” se solucionaba la velada con nuevas relaciones y contactos. Siempre y a todas horas se hablaba de política y se hacía política.
Recuerdo una juerga popular nocturna que se improvisó en Canaletas un día de gala en el Liceo. El lento paso de los coches con chófer y gente elegantemente vestida en su interior que acudían al evento, comenzó primero a ser aplaudido por la multitud que contemplaba aquel desfile de ricos en medio de un embotellamiento de tráfico. Luego se invadió la calzada, se rodeó aquellos coches, se bailó el corro de la patata a su alrededor. Los ocupantes -señoras con aspecto de Bianca Castafiore, llenas de pieles y joyas- estaban completamente horrorizados, pero no había la más mínima violencia, solo risas, juerga y payasadas. Claro, la cosa acabó con la llegada de la policía y las habituales carreras…
Todo aquello son buenos recuerdos, pero si -más allá del agradable recuerdo de una época mucho menos colonizada por el consumo- nos paramos a pensar en el contenido y los sujetos de aquella alegre y esperanzada fiesta, lo que al final destaca más es un retrato bastante pobre. El franquismo no era solo la dictadura y sus defensores, sino que impregnaba al antifranquismo. Franco en nosotros.
Los partidos políticos de la izquierda estudiantil, la mayor parte de ellos socialmente irrelevantes, organizados alrededor de la universidad y sin vínculos con el mundo del trabajo, eran sectas caudillistas que reproducían la lógica y el funcionamiento del régimen. La típica asamblea universitaria consistía en los discursos de toda una serie de representantes de aquellas sectas estratégicamente repartidos en las aulas, cuya única preocupación era lograr que se ratificaran consignas u objetivos previamente fijados en petit comité (central). Jóvenes que venían de colegios de curas y monjas pasaban sin apenas transición a ingresar en grupos donde entre simplones aleccionamientos de Marx, Lenin, Engels, Mao, Trotski o Stalin (su figura adornaba en la habitual sucesión muchas cabeceras de las hojas parroquiales que se editaban), solía haber una profusa actividad sexual.
Dos autores de Barcelona, uno de ellos aún vigente el otro José Antonio Díaz (bajo el seudónimo Julio Sánz Oller), un fundador de CC.OO. prematuramente fallecido, publicaron en aquella época un libro raro y original, que describía todo aquel mundo en términos descarnadamente realistas. “Crítica a la izquierda autoritaria en Catalunya”, se llamaba. Editado, naturalmente, por Ruedo Ibérico. Con la dictadura aún vigente, sus autores fueron perseguidos por aquella izquierda autoritaria que les acusaba de “hacerle el juego a la dictadura” y cosas así, mientras algunos matones los buscaban para darles una paliza.
Pocos años después, muerto ya Franco y renacida una “izquierda antiautoritaria”, las cosas no fueron muy diferentes en sus ambientes. Vimos palizas y procesos inquisitoriales en nombre del correcto espíritu libertario.
No era la disparidad ideológica, Lenin o Kropotkin, lo que marcaba la diferencia de aquella izquierda, sino la común impronta franquistoide de su mentalidad y modus operandi. Éramos producto de un país desgraciado por la derrota de 1939 y todo lo que siguió hasta el día de hoy.
Cuando contemplo la España de hoy, que está tragando sin apenas rechistar, los espectáculos del momento, no encuentro otra explicación que la de aquella miserable impronta: siempre acabo llegando a aquella histórica derrota, vivida por la anterior generación pero legada a las siguientes.
Salvo contadas excepciones, el contenido de aquellos “veranos de la anarquía” (no hubo cosa más vacía que los debates de aquellas glorificadas “Jornadas Libertarias” del 77 en Barcelona y aquellas “atrevidas emancipaciones”), reflejaban una pobreza extraordinaria. Tras las apariencias de aquellas grandes rupturas se escondían pequeñas miserias, la represión sexual, el asombro por blasfemar o desnudarse sin consecuencias, la desafiante y jactanciosa superación de un agobiante catolicismo, las drogas… (Me pregunto qué había de alternativo y rebelde en las drogas).
Consulten hoy los papeles que dejó escritos aquella “Barcelona gloriosa”, vanguardia peninsular: sus revistas, el Ajoblanco, los cómics underground de “Purita Braga de fierro”, la prensa y boletines de los diversos partidos y sectas, e intenten buscar en todo eso algo potable que no sea una completa nulidad. Vuelvan a escuchar a Pau Riba subido de copas y porros cantando, “Conchita Casas, t´estimo tant”. Verán que es muy poco lo rescatable. Y me temo que ocurre lo mismo con la literatura y la creación artística de (o sobre) aquella época.
Cosas que valían la pena, como la editorial Ruedo Ibérico, se hicieron desde París y murieron en cuanto intentaron implantarse en España, entre la general hostilidad de la izquierda institucional que comenzaba a ocupar sabrosas posiciones de poder. Allí, en Ruedo Ibérico, encontrarán la crítica a la transición, a la ley de amnistía (para el franquismo y sus crímenes contra la humanidad) que hoy tiene plena vigencia y actualidad.
No creo que, al final de los finales, el problema fuera que hubiera una izquierda oportunista que se vendió barato y otra íntegra y consecuente que quedó fuera de juego. Lo que hubo fue una sociedad que salía del erial con el bagaje correspondiente a ese erial. En esa maleta Franco nos puso muchas cosas que aún arrastramos y son hoy notorias. No solo el Valle de los Caídos, los fachas y el PP, sino cosas más fundamentales que nos atraviesan transversalmente: la estructura caudillista y clientelar de las organizaciones políticas, esa mentalidad mediocre y envidiosa que asoma por doquier en España alrededor del poder y el liderazgo, esa capacidad de convertir nimias diferencias en ofensas personales y peleas a vida o muerte, los pequeños “Madrides” que hemos recreado en las autonomías, con su ineficacia administrativa, su 3% y su nepotismo, y muchas cosas más.
Todo ello explica aún hoy mucho sobre nuestra realidad como país y sociedad. Somos eso. Evidentemente también somos muchas cosas más, afortunadamente, pero venimos de ahí y de eso. Y aún se nota.
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