El invierno de 1919 viene caliente en Barcelona. No se trata del cambio climático, aunque se avecina un gran cambio. Ha habido una huelga de tipógrafos con algún muerto; las detenciones de sindicalistas, preferentemente anarquistas, están a la orden del día; hay buques de guerra en el puerto con los cañones apuntando al comedor de tu casa; y hay también suspensión de garantías constitucionales, lo cual, en un país en el que la Constitución no acostumbra a ser garantía de nada, tampoco viene a notarse mucho.
A ocho trabajadores de oficinas de la empresa eléctrica La Canadiense se les ocurre crear el Sindicato Independiente para desmarcarse de la CNT, sindicato dominante en la ciudad. Más aún, se les ocurre comentárselo al gerente, Fraser Lawton, que dice que nones al sindicato y que tiene una oferta que no podrán rechazar: les cambia su contrato eventual por uno fijo… pero cobrando menos. Los ocho trabajadores consideran más importante su dignidad que un contrato fijo y no aceptan. Lawton tampoco acepta la negativa y los pone de patitas en la calle.
Cuando los 117 trabajadores de la sección de facturación se enteran del despido de sus compañeros, tiran los tinteros y se declaran en huelga en señal de solidaridad. Es el 5 de febrero de 1919. Salen a la calle y se van a ver al gobernador civil para que interceda y se readmita a los despedidos. El gobernador les dice que vale, que se pone a ello, pero que vuelvan al trabajo y no la líen más. Los 117 vuelven a la empresa y la encuentran protegida por la policía y con el tontolaba de Lawton comunicándoles que están todos despedidos. Y se lía a lo grande.
Los huelguistas van a buscar a los de la CNT, que si bajan a la calle. Y vaya si bajan. Se crea un comité de huelga encabezado por Simó Piera, que a los 17 años ya se había bregado en la Revolución de 1909 y luego en la huelga general contra la guerra de Marruecos. La huelga se extiende a toda la fábrica y Lawton se aviene a negociar, pero se raja al enterarse que uno de los interlocutores propuestos por los huelguistas es de la CNT.
Los huelguistas empiezan con los cortes de suministro eléctrico a la ciudad. Es crudo invierno, recuerden. La otra gran compañía eléctrica de Barcelona, Energía Eléctrica de Catalunya, se suma a la huelga. La población participa creando cajas de resistencia que reúnen la burrada de 50.000 pesetas en una semana. Aparece el ejército para restablecer el suministro y mandan al psicópata Severiano Martínez Anido, entusiasta partidario de la Ley de Fugas que acabaría sus días como ministro de Orden Público del primer gobierno de Burgos del general Franco.
La respuesta popular a la intimidación es la suma a la huelga de los trabajadores de las compañías del agua y del gas y de la central eléctrica de Sant Adrià del Besòs. El Estado sube la apuesta y ahora es el capitán general de Catalunya, Joaquín Milans del Bosch, el que llama a la movilización a filas a todos los hombres de entre 21 y 38 años del ramo de la electricidad, bajo pena de cárcel si se desobedece la orden. Unos 3.000 cenetistas acaban en los calabozos del castillo de Montjuïc o en buques prisión. Se declara el estado de guerra. En una Barcelona ocupada por el Ejército siguen funcionando las cajas de resistencia y la solidaridad.
El conde de Romanones, presidente del Consejo de Ministros, decide mover ficha, no se le vaya a enquistar la situación o, peor aún, cunda el ejemplo. Así que nombra gobernador civil a Carles Emili Montañés, uno de los fundadores de La Canadiense con el doctor Pearson, que se reúne con nuestro amigo Lawton para soltarle una colleja y llevarlo a firmar un acuerdo con el comité de huelga.
El acuerdo se firma tras 45 días de huelga en toda regla y se levanta el estado de guerra. El acuerdo incluye mejoras salariales, readmisión de los despedidos, libertad para los detenidos y.…lo más…la jornada laboral de ocho horas para todos los oficios, que el Gobierno establece por ley. Sí, lo consiguió una huelga, no una reforma laboral.
La CNT organiza un fin de fiesta por la firma del convenio con un mitin en la plaza de toros de las Arenas, abarrotada por 20.000 personas. Aún quedaban cinco detenidos cuya exigencia de libertad motivaría otra huelga que acabó muy mal, con muchos sindicalistas tiroteados por la espalda. Por cierto, hoy la plaza de toros las Arenas es un centro comercial parecido a una nave extraterrestre que abduce a consumidores. A ver si al final liberamos horarios para convertirnos en esclavos…