Nos gustaría explicar unas cositas muy sencillas sobre fascismo y violencia. Ante la confusión y, sobre todo, la manipulación mediática, creemos que es imperativo: el fascismo, per se, implica violencia. Es parte de su credo. Violencia explícita o de otro tipo, pero violencia.
Cuando el fascismo empieza a conformarse en Italia en la primera mitad del s. XX, lo hace con un primer golpe de Estado: el de Fiume (Rijeka, en Croacia) liderado por Grabiele d’Annunzio en 1919. Ya los camisas negras de Mussolini llevaban tiempo desplegando violencia callejera.
En 1922 los camisas negras marchan sobre Roma, sin resistencia policial o militar. El rey Víctor Manuel III entrega el poder a Mussolini y se consuma el golpe. Hitler, admirador de Mussolini, intenta reproducir la táctica al dedillo.
Los camisas pardas nazis mantenían el ambiente de violencia y hostigamiento que tan bien había funcionado en Italia. También atacaban al movimiento obrero, pero especialmente ponían el acento en la violencia racial contra los judíos.
En 1923 Hitler intenta el “putsch” de Múnich, pero le sale regulero. Es en la cárcel (con una condena muy light) donde asume que el nazismo no puede llegar al poder en Alemania de la misma forma que en Italia, y que debe centrarse en la vía electoral. ¿Les suena?
El neofascismo contemporáneo está mucho más cerca en eso de Hitler que de Mussolini. La idea es llegar al poder por vías “democráticas”, desatar la violencia callejera por medio de los “cachorros” y sobre todo crear una situación de enfrentamiento civil, con un chivo expiatorio.
Los líderes permanecen alejados, obvio, de la violencia física, pero la alientan y promueven, sobre tendencias sexuales, grupos étnicos, la izquierda, etc. El victimismo está muy presente, obvio también. La quema del Reichstag es la máxima expresión.
Una vez se llega al poder, con todos los resortes gubernamentales en la mano, la violencia se jerarquiriza, y pasa de ser simplemente callejera a ser sistemáticamente estatal. El fascismo no es una simple “teoría sobre la gestión de la sociedades” o una “opción política” usual.
El fascismo, para realizarse, implica la supresión física del chivo expiatorio. Implica acabar con la comunidad lgtbi, la población extranjera pobre, la migración, el feminismo, etc. “Tolerar el fascismo” implica aceptar su derecho a suprimirte, aceptar el fin de la tolerancia.
Pueden haber distintas ideas sobre organización social, política, económica o filosófica. Se puede debatir sobre colectivismo o individualismo, sobre racionalismo o impirismo, etc. Pero el fascismo no entra en esa categoría.
Aceptar el fascismo implica aceptar que no hay más opciones, que no hay otra alternativa, que sólo hay un pensamiento único y uniforme impuesto por la fuerza bruta. Quien acepta el fascismo acepta el exterminio y la tiranía como formas legítimas de gobierno.
El fascismo implica que una parte de la población (afrodescendientes, homosexuales y lesbianas, trans, judíos, etc.) debe ser suprimida, y aceptar eso implica, en consecuencia, que suprimir la vida de una parte de la población es una “idea política válida”, como cualquier otra.
Aceptar eso implica, ergo, que la gente que no quiere ser suprimida, o los que moralmente rechazan que se suprima a nadie, no hacen uso de la autodefensa (como cualquiera que repeliera una agresión por la calle), si no de la “censura”. Esa es la falacia.
Es sencillo. ¿Es el asesinato gratuito una acción valida? No. ¿Asesinar es parte de la libertad y los derechos inalienables del individuo? No. ¿Es rechazar el asesinato o impedirlo físicamente una forma de “censura” o de violencia similar a asesinar? No…
Y aún se puede poner más fácil. El fascismo es a la política lo que la pederastia a las relaciones sexuales. ¿Es la pederastia una forma de relacionarse sexualmente tan valida como cualquiera y oponerse a ella es censura? Si tienes dudas mejor no sigas leyendo…
La pederastia es la mayor forma de agresión a la infancia; el fascismo es la mayor forma de agresión moderna a las sociedades humanas (sí, no nos olvidamos del capitalismo). Rechazarlos, combatirlos, no es censura, es autodefensa, es supervivencia, es vida ante la muerte.
Cuando rechazamos el fascismo estamos combatiendo la ideología que nos lleva a la cámara de gas, que dice que las migrantes deben morir en el Atlántico, que quema a personas sin hogar a pie de calle y las mete en campos de concentración a pie de gabinete.
La violación no es un “acto sexual como otro cualquiera”. Es una agresión, la más brutal e íntima, y como tal se le debe responder. El fascismo es la violación elevada a sistema político. Y no pasará por nuestros cuerpos ni por la de nuestras hijas.
Aplastar el fascismo no es una opción; es una obligación. Puedes dudar y esperar. Si no lo aplastas tú ten una certeza: te aplastará él a ti, a menos, claro está, que te hagas fascista… Sólo los que contemplan esa posibilidad defienden que sea “una idea como otra cualquiera”…