Relato que publica la Boca d’Or en facebook sobre la ruta llibertària . El Raval está en fiestas, no está en venta y El Lokal Raval organiza este año un itinerario libertario por el Raval Nord. Punto de encuentro en la plaza Castella. Aquí estaba en 1835 la fábrica Bonaplata, El Vapor, dedicada al textil. Ejemplo de lógica empresarial: allí donde se puede los hombres son substituidos por mujeres, que cobran la mitad; las mujeres son substituidas por niños, que cobran la mitad; y el pack familiar es substituido por máquinas.
En Barcelona una tercera parte del suelo es propiedad de la iglesia o del ejército, las clases populares viven hacinadas en condiciones alarmantes de insalubridad, en ocho años en el Hospital de la Santa Creu se abandonarán 9.000 huérfanos, de los cuales morirán 6.000; y por ahí afuera están de guerra civil. Las clases populares tienen dos opciones, o se rebotan o se resignan. Aún no hay fútbol. Hay toros. El 25 de julio el público no se resigna a una pésima tarde y se rebota. Salen tan rebotados que empiezan a quemar conventos y el 5 de agosto acaban quemando a un general, el general Bassa, que había bajado a Barcelona a poner orden. Y ya puestos van y queman la fábrica Bonaplata. Uno podría pensar que con las máquinas se tendría más tiempo libre para ir a los toros, pero no. Había hambre.
En esta misma plaza también hubo una fábrica de tabaco. Aquí al lado, en las Ramblas, tenía sus oficinas la Compañía General de Tabacos de Filipinas. Antonio López López, marqués de Comillas, ese emprendedor. Ese negrero. López López tiene sus propias máquinas, los esclavos; las de la Revolución Industrial funcionaban a vapor, las suyas a pavor. Hoy sería presidente de la CEOE. La fábrica albergaba a unas mil mujeres, liando tabaco, mientras los ricos se fumaban sus vidas. Hasta que vieron una máquinas que liaban cigarrillos solas y decidieron liarse el delantal a la cabeza y destrozarlas. Ahora mismo, mientras nos explican todo esto, sobre el césped, un grupo de jóvenes blande mecheros flameando y lían cigarrillos. Pero me parece que la perfomance no forma parte del itinerario. Creo.
Nos llegamos a la plaza del Pes de la Palla. Aquí pesaban la paja que iba a las muchas vaquerías que había en Barcelona. También pesaban harina y carne y alimentos que pagaban contribución. Y pasaban muchos carros de carbón. A principios de siglo XX Barcelona había crecido con la absorción de algunos pueblos colindantes, había mucho paro y mucho veterano de las guerras coloniales que se despertaban sudorosos soñando con mambises cargando a pelo y machete. Había tanta hambre y miseria que por Navidad los niños le pedían carbón a los Reyes. Y los Reyes, que son los padres y las madres, se liaban a hostias con los carreteros que llevaban carbón, volcaban los carros y repartían el carbón. En algunas calles se organizaba una cocina única para economizar y racionar el carbón. Compartían necesidades y leían prensa obrera. El que sabía leer (el 70% de la población era analfabeta) leía en voz alta para todos y compartían palabras. Y una idea. Cambiar el mundo.
Des de la plaza del Pes de la Palla entramos a la calle Ferlandina, la calle con más locales de asociaciones obreras en su momento, en concreto en el número 67 estaba el DF del obrerismo. El problema es que todos se reunían en el mismo sitio y la policía hacía redadas en las que daba una patada en el rellano y detenían a voleo, como en la pesca de arrastre. En el número 20 de la misma calle estaba la Sociedad Autónoma de Mujeres, mujeres libertarias que sabían que la igualdad iba más allá de repartir y compartir la riqueza, que era otra cosa más compleja que escapaba al entendimiento de muchos de sus compañeros hombres, de mecanismo más simple. Aquí estuvo Teresa Claramunt, mujer libre que sufrió cárcel, tortura y exilio, y murió, maltrecha la salud, tres días antes de la proclamación de la II República. Aquí estuvo Ángeles López de Ayala, francmasona, periodista, una de las grandes intelectuales de este país de enanos. Aquí estuvo Amalia Domingo Soler, casi ciega, mujer fuerte de escritura delicada, divulgadora del espiritismo. Aquí, ahora mismo, sale del portal del inmueble una mujer hermosa, sorprendida ante la concurrencia. ¿Sabrá quienes fueron sus vecinas? Estoy por invitarla a cenar para contárselo cuando se me aparece el espíritu de Juan Antonio Pagés, un adelantado a su época, que se suicidó chapuceramente aquí al lado, en la calle de las Sitges, lo que tomo por una señal de mi relación con las mujeres y sigo con el grupo.
Seguimos por las calles Elisabets y Bonsuccés. Aquí había un cuartel de infantería. Antes un convento. Lo raro es que ahora no haya una tienda de una conocida marca de moda. En 1891, cuando el cuartel, se produce un hecho aún no aclarado. Un grupo de siete individuos asalta el cuartel. Siete, ni uno más, como los siete magníficos. Y lo consiguen. Consiguen entrar, quiero decir, porque una vez dentro ya no salen, los trincan y apiolan. Por eso nunca se supo qué pretendían, qué motivaciones políticas había tras el asalto o si simplemente fue una mala idea para terminar una despedida de soltero.
Justo al lado del cuartel, en la esquina con calle de les Sitges, el hoy Bar Castells era Bar El Ciclista, lugar de vinos y conspiraciones revolucionarias. Sí, al lado del cuartel, con un par. Dónde ahora te puedes tomar unas tapas antes te podían saltar la tapa de los sesos. Así lo hicieron los pistoleros a sueldo de la patronal y del gobernador civil Martínez Anido con el secretario del metal de CNT, Josep Canela Recasens, muy amigo de Salvador Seguí, que correría la misma suerte cerca de aquí. En la misma plaza del Bonsuccés cayó tiroteado Eliseu Melis, que fuera secretario de Comité Regional de Catalunya de CNT. Melis tenía truco, era confidente de la policía. La sección sindical de infiltrados siempre estuvo muy concurrida.
El recorrido termina con una mención a Odón de Buen, mente brillante, librepensador, amigo de Ferrer i Guàrdia, introductor de las teorías evolucionistas que le costaron la expulsión de su cátedra universitaria vía presión episcopal. Los estudiantes la liaron tal, con una tuna que en lugar de lanzar clavelitos lanzaba pedruscos a la ventana del obispo, que el mismísimo Valeriano Weyler, capitán general de Catalunya, pidió que volviera a sus clases. La Guerra Civil pillo a Odón en Mallorca, lo encarcelaron, le fusilaron al hijo en Sevilla y acabó muriendo en el exilio, esa cátedra tan española.
Fin de itinerario. O inicio, según se mire, que todas esas historias que pasan por pasado son presente en una Barcelona cuyo suelo sigue siendo escatimado a los vecinos, que tienen dos opciones, o rebotarse o resignarse. He venido con mis tres niños y tomo otra opción, ir a comer al Havana, en la calle del Lleó. Aquí nos traía el padre de Guillem Martinez a comer mandonguilles amb sípia y nos contaba historias del Raval, sus luchas, sus gomas y sus lavajes. Luego hemos seguido viniendo de vez en cuando. El año pasado vine con mi hijo mayor. Ahora vienen los otros dos. Mojo el pan en la salsa de las mandonguilles amb sípia y dejo ir los recuerdos por entre los balcones de ropa tendida. Hay tantos itinerarios que recorrer…