El pasado día 18 de enero, y de la mano del Ateneo Libertario de Carabanchel, en Madrid, Carlos Taibo presentó en el ESLA Eko el “Manifiesto contra todas las guerras”.
Carlos Taibo:
Me gustaría acometer tres reflexiones. La primera se refiere a cómo surgió el manifiesto que hoy presentamos. Hace aproximadamente tres meses, un grupo de personas se comenzó a reunir para ahondar en la idea, fácilmente constatable, de que no estamos a la altura de los acontecimientos en lo que hace a la guerra de Ucrania y a los debates aledaños a ella. La cuestión se nos ha ido visiblemente de las manos. Antes del verano hubo algunas concentraciones, pero esas tímidas iniciativas fueron muriendo. El manifiesto surge para retomar e integrar iniciativas dispersas o, lo que es lo mismo, para ofrecer una especie de tronco común que sirva para canalizar alguna iniciativa que, al menos, nos permita apaciguar la mala conciencia que arrastramos.
En relación con esto, creo que estaría bien que alguien hiciera un estudio serio llamado a explicar por qué hace veinte años, al amparo de la agresión norteamericana en Iraq, se produjo una movilización popular relativamente importante y ahora estamos prácticamente en la inopia. Con certeza habría que invocar argumentos como el que nos recuerda que hoy en La Moncloa hay un Gobierno supuestamente de izquierdas, y entonces había uno del Partido Popular. Habría que recordar que en el conflicto de estas horas el agresor, al menos en los últimos tiempos, es la Federación Rusa, que no es una de las potencias occidentales. Habría que subrayar que actualmente los movimientos sociales atraviesan un momento de debilidad y de división. Y habría que hincarle el diente a la manipulación y a la censura que ejercen los medios de incomunicación, a buen seguro más severas que las que se revelaron hace dos décadas.
Pero, y en segundo lugar, en relación con el contenido del manifiesto, me gustaría resaltar cinco ideas, no sin antes dejar claro que yo no he participado en la redacción de aquel.
El Manifiesto responde, antes que nada, a la voluntad de ejercer la solidaridad con las gentes que están sufriendo al calor de esta guerra. Estoy pensando en la población civil ucraniana, pero también en los soldados ucranianos y rusos… Me parece que nos hemos olvidado palmariamente de quienes, en esos dos países, han decidido resistir frente a la ignominia de los Gobiernos, y de los oligarcas, correspondientes. Me gustaría recordar que en el inicio del conflicto la Internacional de Resistentes contra la Guerra pidió que la Unión Europea reconociese la condición de refugiados a los desertores rusos y ucranianos; la UE se negó rotundamente. Me interesa la gente que, tanto en Rusia como en Ucrania, ejerce la desobediencia civil frente a sus gobernantes y es objeto de una dura represión.
Debo hablar, por otra parte, de la OTAN, toda vez que el Estado en el que nos encontramos pertenece a esa organización y participa activamente en sus políticas. Creo que ya he señalado en el pasado, aquí en el Eko, que una persona que firmaba con su nombre y se expresaba con corrección formuló en las redes sociales un reproche que, dirigido a mi persona, considero tenía algún fundamento. Adujo que quienes están en la izquierda dedican un 80% de su tiempo a criticar a la OTAN, cuando la guerra de Ucrania reclama atención para otras muchas materias importantes. A pesar de que tenía algo de razón, me vi obligado a defenderme y señalé que es cierto que dedico una buena parte de mi tiempo -aunque no el 80%- a criticar a la OTAN porque esta es una tarea proscrita en nuestros medios de incomunicación. La OTAN es responsable del despliegue, en los tres últimos decenios, de una ambiciosa operación de cerco sobre Rusia, materializada en la incorporación a la organización de catorce Estados de la Europa central y oriental, y en el despliegue de un buen número de bases militares. Es también un ariete fundamental de una estrategia de tercermundización de buena parte de la Europa central y oriental recién mencionada. Ni siquiera podemos acogernos a ese mito que dice que la OTAN es una organización militar de Estados democráticos: la Turquía de Erdogan, responsable de un genocidio en toda regla en el Kurdistán, es un miembro floreciente de la OTAN, una instancia empeñada, en fin, en entronizar códigos de doble moral que invitan a tratar de manera diferente a los amigos y a los enemigos. Ya sé que esta comparación genera ampollas, pero desde la admiración y el respeto por las personas que aquí se han entregado a la solidaridad con los refugiados ucranianos, me veo en la obligación de preguntar por qué hace veinte años no reaccionamos de la misma manera cuando el ejército del señor Putin -no hablo de otros- desplegó una política de tierra quemada en Chechenia. O ante la situación tétrica que marca la vida de palestinos y saharauis. El fortalecimiento de la OTAN al que asistimos anuncia militarización, crecimiento espectacular de los gastos en defensa, negocios prósperos para la industria de armamentos, autoritarismo, represión de las disidencias, injerencias y, a la postre, intervenciones militares que ya no van a precisar la etiqueta de humanitarias.
Pero el manifiesto no ahorra críticas tampoco a la Rusia de Putin, un sistema indeleblemente marcado por una pulsión imperial-militar autoritaria, por lo que a menudo es un nacionalismo de base étnica, por la defensa de los valores tradicionales, de la familia y de la Iglesia ortodoxa, por la represión que se ejerce sobre los movimientos contestatarios y, en fin, por el inmoral universo de los oligarcas, en un marco de extremas desigualdades. Recuerdo que hace unos meses, en el debate posterior a un acto sobre la guerra de Ucrania desarrollado en Barcelona, un joven opositor ruso me preguntó qué es lo que, a mi entender, debía hacer la oposición en su país. A mitad de camino entre el argumento serio y la broma, le respondí, que, como en 1905 y 1917, lo que tenían que hacer era ocupar las fábricas y crear soviets. Lo mismo que tenemos que hacer aquí.
Me importa subrayar que el manifiesto procura huir, también, de la tentación de otorgar a la guerra de Ucrania un peso singularísimo que la coloque por encima de otros conflictos que, antes bien, queremos tener bien presentes. Estamos contra todas las guerras, porque en todas ellas se revelan los mismos mecanismos vinculados con la autoridad, el poder, la violencia y la lucha de clases. Y tenemos el deber de preguntarnos por qué en los últimos meses se ha discutido tanto –vamos a suponer que ha sido así- sobre la conveniencia de armar al ejército ucraniano, y nunca hemos tenido conocimiento, en cambio, de que un debate de la misma naturaleza se hiciese valer –repito la cláusula- en relación con Palestina, el Kurdistán o el Sahara occidental.
Tenemos que plantar cara, en fin, a la ignominia de nuestros medios de incomunicación. Estos últimos se han entregado a una franca censura de aquellas opiniones que subrayaban que a las potencias occidentales les atañen responsabilidades centrales en la gestación de esta guerra. Han promovido en paralelo un discurso maniqueo que dibuja en Ucrania un ejército asesino, el ruso, enfrentado a un puñado de monjitas. Y han alentado, en fin, una inquietante rusofobia que a menudo ha recibido como respuesta una no menos inquietante ucraniofobia. Los expertos han sido sistemáticamente proscritos, en suma, en provecho de esa genuina plaga contemporánea que son los tertulianos de las radios y las televisiones.
Os invito, en tercer y último lugar, a sumaros a esta iniciativa, a que trabajéis para que vuestras organizaciones la abracen y a que lo hagáis a título individual. Tengo que volver sobre lo que dije al principio; quiero ser plenamente consciente de que por detrás de esta iniciativa hay algo de mala conciencia, despunta una constatación de que no estamos a la altura de las circunstancias, aun cuando este sea un argumento poco ilusionante a efectos de proponer algo diferente y alternativo. Pero quiero creer que nuestra capacidad para esparcir esta información todavía está activa y que tenemos por delante la posibilidad de convocar manifestaciones y concentraciones en torno al 24 de febrero, el primer aniversario del inicio de la guerra. Gracias por haberme escuchado.