La A de Can Franquesa. Javier Pérez Andújar

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La A de Can Franquesa. Javier Pérez Andújar

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La A de Can Franquesa. Javier Pérez Andújar 5 NOV 2013. El País

En estos más de 30 años, ningún Ayuntamiento, ningún alcalde, nadie ha osado borrarla

El lenguaje es una cuestión de términos, es decir, de intenciones. Lo explicó Agustín García Calvo (se fue aún hace menos de un año y le dijeron adiós con la boca pequeña; el mundo de los vivos es cada vez más pequeño). García Calvo, Chicho, Montalbán, Haro Tecglen, , Umbral, Carlos Monsiváis, Fernando Poblet…, pertenezco ya a una literatura extinta es decir, escrita sin tinta. Cuestión de términos. De segundas intenciones. Creo que debo todo lo que pienso sobre cualquier cosa que pasa a una sola letra, que en sí misma contiene todo un lenguaje. No es la letra de una canción, ni una letra impresa en un libro sino una letra que alguien pintó en la ladera de una montaña, hará, este mes de octubre, 34 años. Y ahí sigue, solitaria y orgullosa, como a todo el que no le importa perder. Está en Santa Coloma, en el barrio de Can Franquesa, al pie de los bloques de colores.

La primera vez que vi aquella A, solemne, blanca, gigante (6,5 m de diámetro), fue desde la carretera de la Roca. Yo iba con mi padre en el 127 (tres puertas) a los cursillos de formación sindical que le daban en Montcada. Sí, mi padre me llevaba a esos sitios. Por eso me gusta tanto esa canción de Elliott Murphy, la que habla de cuando iba con su padre en el coche y era el día del cumpleaños de Elvis. Porque sé que le entiendo, que estamos en el mismo lenguaje, en la misma intención. En los cursillos, nos sentábamos en sillas de tijera (con las mismas tijeras nos hacen ahora los recortes). Eran hombres de facciones duras, gente currante, que escuchaba en silencio a un tipo que era como ellos, que hablaba con las manos en los bolsillos de asuntos de la fábrica, de comités de empresas, de derechos y de ir a la huelga sin miedo a nada ni a nadie (recuerdo las palabras exactas, su voz, la libreta de espirales que llevaba), sin miedo a los descuentos salariales ni a las quejas de la mujer.

Sí, vi aquella A esa mañana, presa en su redondel, allí puesta para que la contemplara toda Barcelona. ¿Toda? ¡No! Solamente se ve desde la parte proletaria (Santa Coloma, la Trinitat, la carretera de la Roca, la orilla del río…); una irreductible aldea que se ha ido consumiendo hasta esa nada que acabará por devorarlo todo igual que el cósmico Galactus necesita devorar mundos. Ponía sólo A, pero enseguida entendí lo mucho que significaba (saber idiomas es saber cómo hablan los ricos y cómo hablan los pobres). Blanca, escrita con pintura asfáltica sobre el gris del cemento que hacía de contención en la ladera. Así, durante todos estos años.

Y sin embargo, el otro día parecía nueva. Su blanco tenía una blancura nueva y ahora el fondo era de color negro (vuelven las líneas clásicas). ¿Quién habría hecho eso? Y ¿quién la habría dibujado por primera vez? ¿Sería la misma gente? Sí, han sido los mismos. Se lo pregunté a Joan Guerrero, el fotógrafo que tantas veces ha iluminado estas páginas del diario. Hombre de Santa Coloma, de todas las Santas Colomas del mundo. “Claro que lo sé, Javier”, me dijo. “Dispara”, le dije. “Pues un anarco”, me dijo. “¿Me lo puedes presentar?”, le dije. “Mañana mismo quedamos con quien te lo puede contar”, me dijo. Se trata de Manolo Moreno, de 68 años, natural de Tocón (Granada), yesero retirado. Militante de la CNT, que ha dejado de cotizar porque los jubilados no pagan las cuotas. Vive en Santa Coloma desde los 6 años, antes pasó uno en el Carmel, en la última casa de la Montaña Pelada, que estaba al lado de un molino de agua. Allí habitaba en el palomar con sus padres y sus hermanos. “La A se dibujó el día 12 de octubre de 1979, la fiesta de la Hispanidad. Lo hicimos porque lo que nosotros queríamos celebrar era la libertad, y no la hispanidad. Y la hemos restaurado este 12 de octubre pasado. Ahora va a hacer el año.” La A de Can Franquesa, al igual que el tiburón de euros del artista Blu que se come el viejo mural del PCC en una pared del Carmel, y al igual que las tres chimeneas de

la Fecsa de Sant Adrià, es un símbolo, un rastro, de la Barcelona obrera. También hay una dialéctica, una lucha de clases en las fachadas y en los monumentos de esta ciudad, a pesar de que nunca como hoy se pretenda imponer la ley del silencio (el lenguaje, esa una cuestión de intenciones). Fueron cuatro corazones con freno y marcha atrás los que la pintaron por primera vez. Entonces Santa Coloma era un hervidero de militancias, esperanzas, esprays, carteles donde salía gente con cara de ir al trabajo (y no sólo dirigentes en fotos tuneadas), calles cortadas por la multitud, cabezas abiertas en enfrentamientos con la policía. Más de cien mil habitantes amontonados en apenas 7 km2. Una colmena, un avispero. De los 500 afiliados con que contaba la CNT de Santa Coloma, hubo cuatro, que venían de las Juventudes Libertarias, que se pusieron a pintar una A descomunal en la ladera más visible de la montaña, justo debajo de unos bloques de pisos a los que todavía no llegaba ningún transporte público. Eran el Sabas, el Isidro, su mujer la Chiri y José (que iba con chilaba y más tarde se cambió el nombre para ponerse Azahar y finalmente se fue a Portugal). Iban por las noches para hacerlo en secreto. Eran montañeros, gente que sabía escalar. Se colgaban del muro, pintaban (un pivote en el centro para trazar
la circunferencia) y al esclarecer se iban. Al cuarto día apareció la A, rutilante (el arte es una pasión clandestina). En estos más de treinta años, ningún ayuntamiento, ningún alcalde, nadie ha osado borrarla. Junto a ella han crecido otros murales. Uno, del artista Milú, contra la línea de Muy Alta Tensión, y otro en recuerdo de Pedro P., un grafitero que murió arrollado por un tren cuando le perseguían por pintar. Cuando la restauraron el pasado 12 de octubre (día de lluvia, paella a lo grande, regreso del Sabas, del Isidro y de su mujer la Chiri), una vecina se asomó a la ventana y empezó a gritarles. Les dijo que ni se les ocurriera tapar la A porque formaba parte del patrimonio histórico de Santa Coloma. La gente sabe lo que los libros no dicen.

 

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