Buenas compas. Antes que nada, muchas gracias por todo el afecto y por acordarse tanto de nosotras. Abruma, pero da mucho gustito. Nuestro silencio en rrss (sólo en rrss) se ha debido a una cuestión de priorizar ante una avalancha de contratiempos… Nos explicamos.
Ha sido un cúmulo de cosas donde se han mezclado cuestiones personales, sociales y militantes. La FAGC es un grupo chiquito, con unos pocos veteranos y un arreón de gente nueva que justamente ha empezado a militar en el peor momento: pandemia con aislamiento incluido
La FAGC no abusa de las asambleas, pero sí necesita el contacto cercano en algunos de sus distintos proyectos y eso se ha hecho muy cuesta arriba sobre todo en los huertos y en la “Oficina de asesoría para precarias” (con mucha gente sin conexión de ningún tipo).
Par de compis han sido mamis (hace falta un texto que exponga lo chungo de compaginar “vida adulta” y militancia), otras no han podido conciliar curro, familia y militancia. Otros han caído enfermos (operaciones incluidas). El resto hemos intentado aguantar la chabola como fuera.
Mantener un proyecto de autoabastecimiento alimentario, currando colectivamente en nuestros huertos, ante el acoso policial (sin importar que hubiera mascarillas ni una distancia prudencial), ha sido chungo.
Amenazas de multas (aún no nos ha llegado nada) por trabajar la tierra en pequeños grupos mientras en las fincas colindantes se celebraban asaderos multitudinarios. El Covid ha sido un gran pretexto a la hora de criminalizar proyectos vinculados a la pobreza.
Mantener un espacio físico donde las compañeras sin recursos pudieran plantearnos sus problemas laborales ha sido otra odisea. ¿Cómo plantear una vídeollamada con alguien que lleva semanas sin datos? ¿Cómo con quien está currando en la calle intentando que no la pille la gestapo?
El tema de la migración ha sido sin embargo el elemento que más ha colapsado nuestra militancia. Nuestros proyectos (de asistencia y habitacionales) se han saturado como nunca imaginamos. La necesidad ha roto los protocolos y la autogestión ha tenido sus propias pruebas de fuego.
Crisis sanitaria, una xenofobia mediática y callejera brutal y mucha gente desesperada. Una pellícula de terror, pero con vidas y sufrimientos reales. Y aún no acaba. Hacemos lo que podemos, pero no es ni será fácil. Los recursos necesarios están en manos de ineptos…
En vivienda hemos tenido la suerte de contar con @InquilinasGC
, que han llevado admirablemente ese frente. Hemos seguido interviniendo en varios Comités de Huelga, pero hemos tenido que priorizar mucho ante la magnitud de curro urgente en proyectos como “Las Masías”.
Muchas cosas nos han quedado pendientes: charlas, textos, prólogos, mesas redondas, debates, etc. Mil perdones a todas las que les hemos fallado en esas materias (a pesar de habernos comprometido), pero en esta guerra hemos tenido que elegir la vida, porque nos la quitaban…
Si volvemos a desaparecer no se apuren. Estaremos, aunque no nos vean en la pantalla. Este agosto la FAGC cumple 10 años y el plan es llegar, como mínimo, a nuestra primera década. Cuando decidamos que ya no podemos más lo anunciaremos como se merece. Por ahora aguantamos.
Vivimos en una distopía real (la distopía es el presente, los próximos 5 minutos, sin necesidad de apocalipsis zombis, guerras nucleares, ni vainas), una emergencia humanitaria global como no se veía desde 1945.
Asistimos al momento en el que un capitalismo roto se niega a abandonar el escenario de la historia. Y para no hacerlo reventará a quien haga falta. Miles de desahuciadas para las que permanecer en la calle es ilegal, refugiadas a las que nadie llama así olvidadas en los puertos
Trabajadoras sin contrato que salen a su trabajo a hurtadillas, esperando que no llegue la noche en que alguien les pida el salvoconducto. Migrantes hacinadas sobre las que se teje un relato de odio con el fin de iniciar una escalada de violencia que rentabilizar electoralmente.
Mientras las obreras “regulares” renuncian al ocio, a convivir, a compartir, a protestar y a su salud. Mientras todos los días son obligadas a introducirse en una guagua y a aparcar a sus peques en el cole porque lo único legal es producir y consumir.
Y el Estado, garante de esta dinámica capitalista de explotar hasta el tuétano las vidas obreras, cada vez más insosteniblemente “largas”, usa a toda su policía y judicatura para perseguir a quienes buscamos aire. Así estamos.
Pero no queda otra. Respiren, mi gente. Como dice un compa (al que le mandamos un gran saludo y el deseo de que se ponga bueno pronto): “Si nos prohíben respirar sólo obtendrán una cosa: que desobedezcamos, como mínimo, 12 veces por minuto”. Abrazos fuertes a todas.