Pasan cosas que mueven y nos hacen movernos, que apuntan posibilidades y desnudan los poderes, que dan alegría entre tanta tristeza, que nos hacen sentirnos vivos entre tanta miseria, explotación e impunidad con la que los poderes, locales, nacionales e internacionales, cada vez más los mismos poderes nos hacen malvivir.
Estamos viviendo una ofensiva en todos los frentes contra la humanidad, una ofensiva que es síntoma de crisis y de debilidad y que anuncia peores escenarios. Parece que la gente, las comunidades y los movimiento lo vamos viendo y reaccionamos con inteligencia, creatividad y fuerza inesperada e imprevisible. La huelga del 8 de marzo preparada largamente por los movimientos feministas en todos los espacios posibles, sin pedir permiso, al margen de las grandes organizaciones partidos y sindicatos del orden establecido, demostró la capacidad de desbordar, de señalar y de intuir cambios radicales difíciles de cooptar. Su triunfo demuestra la fortaleza del movimiento y el descrédito de los aparatos del poder que a última hora y de forma patética se suman a un movimiento que han ninguneado y despreciado anteriormente. A la vez suponen una sacudida cultural y social para toda la sociedad que nos obliga a cuestionarnos como somos, como actuamos. Una revolución en las personas y en las sociedades. Miles de mujeres se han organizado, han actuado en muchos espacios y han demostrado que se puede parar el mundo.
Y aparecen los pensionistas indignados por la subida de las pensiones realizada por el gobierno anunciada a bombo y platillo. Un insulto lleno de desprecio hacia millones de personas que ven recortados sus derechos y los de todos y reaccionan de forma masiva.
Movimientos que surgen de la memoria de las luchas, que ocupan la calle con descaro, con fuerza, movimientos insumisos que se suman a las huelgas que crecen a la lucha por la libertad de expresión. A los movimientos contra la violencia inmobiliaria y por el derecho a la vivienda que actúan en los barrios, a la respuesta a la represión en el barrio de Lavapiés contra el racismo y la violencia policial.
Sin olvidar el gran retroceso, la involución, el auge de la extrema derecha en las urnas y en las calles, la actuación de los aparatos judiciales, policiales y políticos contra la gente que lucha y se moviliza. Todo está en juego, son enemigos muy grandes con medios y total impunidad y nosotros somos frágiles, tenemos que construir nuestros medios desde la precariedad, aún así nos temen.
Hay que hacer muchos esfuerzos, hay que experimentar, aprender de lo que funciona, descartar lo que impide juntarnos desde la generosidad, desde la humildad, desde la autonomía y en el dia a dia defendernos y construir mundos nuevos, vidas nuevas en nuestro entorno, en nuestros territorios como mejor manera de apoyo a los otros a los que luchan en los suyos. Reconocer lo bueno en todos los espacios y denunciar lo negativo con la voluntad de mejorarlo. Apoyarnos y organizarnos más y mejor.