Parece que por ser alternativos, por pensar y definirnos de otra manera, tenemos garantizada la cultura alternativa en nuestras formas de ser y de hacer frente a las cultura del sistema, pero no siempre es así. Estamos tan conformadas, tan hechos por ella que, en muchas ocasiones, repetimos lo que nos mandan, creyendo que hacemos otra cosa.
Hay que saberlo, hay que tenerlo en cuenta para poder enfrentarnos a ella. No hay otro camino que ir haciendo, aprendiendo y desaprendiendo. La individualidad, el ego, la competitividad, el triunfar por encima de los otros. Es lo que hay como manera de imposibilitar los cambios. Se da en todos los sentidos, tanto desde la necesidad individual como de las respuestas colectivas. La incomprensión, el castigo, la impaciencia hacen que no seamos capaces de resolver conlictos sino de acrecentarlos, que estallen, nos amarguen la vida y nos quiten las ganas de organizarnos y de «perder el tiempo» en la lucha. Hay que ir a lo nuestro y dejarse de tonterías.
Siempre hay que ganar, hay prisas, hay que responder aún a pesar de nuestras limitadas posibilidades y nos volvemos locos y necios, peledos con nuestra gente. Incapaces de construir espacios diferentes, especiales, que satisfagan nuestras necesidades humanas colectivas y personales en común.
Nos estallan los conflictos y malestares, por supuestos los que genera el capitalismo y la mala vida sumados a los propios, la incapacidad para entendernos, para reconocernos, para intentar ser como somos sin necesidad de obligar al resto a ser a nuestra manera.
Cada cual sabe los que le tocan y como van. A veces te derrotan e imposibilitan formas asamblearias, colectivas, anticapitalistas amorosas. La solidaridad y el apoyo mutuo son creíbles cuando se practican, nos hacen y confiables. Cuando las palabras van por un lado y los hechos por el otro, nos convierte en charlatanes, fanfarrones y nos aisla.
Así que poco a poco, a ritmo que se pueda aguantar, a veces a por todas y otras de forma lenta. Construyendo comunidad, que no sea todo trabajo, que no sea mediante la representación y que otros, los que saben, lo hagan por nosotras. Tampoco hacer del asambleismo una caricatura que impida hacer las cosas con sentido. Con nuestros calendarios y nuestras posibilidades, con los pies en la tierra y volando cuando haga falta.
No hay nada peor que el espectáculo de copiar lo peor del sistema pensando que construimos la revolución. No hay nada mejor que saber que lo que se hace está bien hecho, es útil para la gente explotada y construye nuevos mundos. Así aprendemos, así avanzamos, así fracasamos y así nos levantamos. Los que quieran ganar espacios de representación, minorías dirigentes, tener la verdad por bandera, son otro camino. Bastantes problemas tenemos con lo nuestro, con resolver los propios y demostrar que las culturas alternativas son las que cambian las formas de pensar y posibilitan cambios radicales.